El concordia. Parte 1
Yo solía ser no creyente, Ateo pues. Mi vida siempre ha sido como la marea y nunca conocí algo que me estremeciera la piel. Hasta ese día. La concordia era un lugar que cerraba en las mañanas. Los clientes frecuentes como yo ya eramos parte de una familia muy singular. El sitio no era muy grande que digamos. Tenía una barra muy elegante en madera barnizada y con grabados tallados a mano. El cantinero se llamaba "Jesús" y era de Veracruz. Yo le decía "el jarocho"; bueno, yo y casi todo el mundo. El a mi me decía "catrincito" aunque nunca le pregunte en realidad el porque de ese apodo. Como cualquier cliente de estos lugares, llegué ahí por una necesidad muy específica: olvidar la soledad. La gente piensa que las "casas de citas" son lugares morbosos y pecaminosos y tienen razón pero la verdad es que los verdaderos clientes vamos ahí por muchas cosas pero todos tenemos una en común y es la de no sentirnos solos. Puedes estar casado, con una p