miércoles, 22 de octubre de 2025

El umbral.


Año 2137. La humanidad ya no mira al cielo con esperanza, sino al suelo con temor.


Desde que los demonios cruzaron el Umbral —una grieta dimensional abierta en el desierto de Atacama— el mundo cambió. No eran figuras mitológicas ni sombras simbólicas. Eran reales. Inteligentes. Y estaban organizados.


Los gobiernos colapsaron en semanas. Las armas convencionales no funcionaban. Las balas atravesaban sus cuerpos sin efecto. Solo los “Resonantes”, humanos capaces de canalizar energía espiritual, podían enfrentarlos.


Lucía, una joven mexicana de Celaya, era una Resonante. Su poder había despertado cuando su madre fue poseída por un demonio llamado Virel. Desde entonces, Lucía entrenaba en la Fortaleza de San Miguel, un bastión construido sobre las ruinas de la antigua Ciudad de México.


—Hoy cruzamos el Umbral —dijo el General Ortega, mientras los Resonantes se reunían frente al portal. Lucía apretó su relicario, una cruz de obsidiana que vibraba con cada paso que daba hacia la grieta.


Al otro lado, el mundo era distinto. Oscuro, pero no vacío. Ciudades flotantes, criaturas que hablaban en lenguas imposibles, y una energía que parecía viva.


Lucía sintió que algo la llamaba. No con palabras, sino con recuerdos. Su infancia, su dolor, su rabia. Virel estaba allí, esperándola.


—No somos el mal —dijo el demonio, con voz humana—. Somos lo que ustedes han olvidado. El reflejo de su sombra.


Lucía no respondió. Levantó su relicario y canalizó su energía. No para destruir, sino para comprender. En ese momento, el Umbral tembló. No por guerra, sino por posibilidad.

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