Después de la victoria contra los demonios en la segunda parte, Lucía se convirtió en una figura legendaria entre los humanos. Pero su conexión con el relicario la llevó más allá de la Tierra, hacia una civilización antigua y casi olvidada: los Virelianos, seres de luz y energía que vivían en simbiosis con los campos cuánticos del universo.
Lucía fue transportada por el relicario a un plano interdimensional conocido como el Umbral, donde los Virelianos custodiaban el equilibrio entre mundos. Allí descubrió que los demonios no eran la verdadera amenaza, sino una fractura en la resonancia universal que estaba corrompiendo la conciencia de los planos superiores.
Los Virelianos, debilitados por siglos de aislamiento, necesitaban un vínculo emocional para restaurar su poder. Lucía, con su humanidad intacta, se convirtió en ese vínculo.
Lucía aprendió a canalizar emociones como energía pura. Amor, dolor, esperanza… cada sentimiento se convertía en una onda que podía sanar o destruir. Junto a los Virelianos, enfrentó entidades corruptas que surgían del Umbral: ecos de civilizaciones que se habían extinguido por perder su conexión emocional.
El Núcleo del Umbral era un espacio sin tiempo ni forma, una intersección de planos donde la resonancia de todas las emociones del universo convergía. Allí, la corrupción había tomado forma: entidades espectrales nacidas del olvido, del odio sin causa, del amor que nunca fue correspondido. Eran ecos distorsionados, fragmentos de conciencia que se alimentaban del desequilibrio.
Lucía, acompañada por los últimos Virelianos, descendió al Núcleo envuelta en una armadura de luz emocional, tejida por sus recuerdos más profundos. Cada paso que daba resonaba con una emoción distinta: el dolor de perder a su madre, la esperanza de salvar a la humanidad, la rabia de ver mundos caer.
Los Virelianos, debilitados pero decididos, formaron un círculo de energía alrededor de la Matriz Vireliana, un cristal flotante que pulsaba con la frecuencia original del universo. Pero estaba fracturada. La corrupción del Umbral la había contaminado, y si no se restauraba, todos los planos colapsarían.
Las entidades del Umbral atacaron con vibraciones caóticas. No eran golpes físicos, sino distorsiones que intentaban apagar las emociones de los combatientes. Los Virelianos caían uno a uno, sus formas de luz apagándose como velas en un huracán.
Lucía se mantuvo firme. Su relicario, que había evolucionado con cada batalla, comenzó a reaccionar. No era solo un artefacto: era un catalizador de resonancia emocional. Ella comprendió que no debía luchar… sino sentir.
Se arrodilló frente a la Matriz Vireliana y colocó el relicario sobre su superficie. Cerró los ojos. Y recordó.
Lucía proyectó sus emociones más puras: el amor por su pueblo, la compasión por los Virelianos, la tristeza por los demonios que solo querían existir. Cada emoción se convirtió en una onda que atravesó el relicario y penetró la matriz.
La Matriz comenzó a cambiar. Sus fracturas se cerraban. Su luz se tornaba dorada. El relicario se fundía con ella, no como un objeto, sino como una extensión del alma humana.
En ese momento, Lucía dejó de ser solo humana. Se convirtió en la Primera Resonante Universal, un puente entre planos, capaz de restaurar el equilibrio con solo existir.
Las entidades del Umbral, incapaces de soportar la armonía, se disolvieron en silencio. El Núcleo brilló con una luz que atravesó todos los mundos. El Umbral fue sanado.
Lucía despertó en el centro del Umbral, sola. La Matriz flotaba sobre ella, fusionada con el relicario, ahora llamado el Corazón de Resonancia. Los Virelianos habían desaparecido, convertidos en parte del equilibrio universal.
Lucía regresó a la Tierra, pero ya no era la misma. Donde caminaba, la realidad se armonizaba. Donde hablaba, los corazones se abrían. Y en lo profundo del cosmos… algo nuevo comenzaba a escuchar.
La alianza entre humanos y Virelianos fue sellada. El universo estaba en paz… por ahora.

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