Umbra
La luz tenue de las farolas no es ninguna protección. Ella siente que su corazón la delata. El sudor frío que recorre su espalda es señal inequívoca del miedo que ahora le dice que huya. Corre por entre los callejones deteniéndose de vez en vez para voltear hacía atrás y engañarse a sí misma de que ya lo perdió. las pupilas de sus ojos se dilatan a su máxima expresión para tratar de ver en la penumbra la sombra que la acecha. Corre y tropieza con botes de basura y al caer se lastima las rodillas. El dolor que esto le provoca le recuerda brevemente que aún sigue viva. No hay tiempo para siquiera pensar en conseguir ayuda. Se levanta a pesar del dolor agudo y el cansancio que el esfuerzo físico y el terror emocional le producen y sigue corriendo sin pensar en otra cosa mas que en escapar.
Diez minutos atrás ella estaba haciendo su trabajo, platicaba con un cliente trasnochado y algo ebrio que no sabía bien a bien si estaba todavía en condiciones de cumplir con ella y claro, para ella esos clientes eran los más fáciles. Dinero rápido y sin mucho esfuerzo. Ese día en particular estaba muerto, literalmente. No había ningún alma en las calles y había mas policías de lo que habitualmente patrullaban la zona. Eso espantaba tanto a sus compañeras de profesión como a los potenciales clientes que salían de los bares de mala muerte que se encontraban en la zona. Pasada la media noche, los rondines policiales se habían marchado y ella había tenido que adentrarse mas de lo que acostumbraba en las callejuelas del barrio que casi nadie solía frecuentar ni siquiera a plena luz del día y mucho menos a esas horas de la noche. Ella no era ni siquiera de la ciudad pero había escuchado de lo peligroso del barrio y sabía que dentro de todo mucho de lo que se platicaba sería para espantar a los extraños. Ella había crecido en un lugar similar donde la carencia, el crimen y el olvido eran parte del paisaje diario, de tal forma que pensaba que nada la espantaba. Hasta hoy. El cliente ebrio que se encontró buscaba en sus bolsillos del pantalón algún billete perdido para poder irse con ella a un callejón un poco menos iluminado y por fin lo pudo encontrar. Sonrió y lo mostró orgulloso y con una tonta sonrisa llena de lujuria. Ella lo tomo con desenfado y pensando que eso era mejor que nada, soltó un suspiro largo y pensó que su trabajo a veces era muy ingrato. Tomo al tipo de la mano y caminaron hasta un callejón apartado y semi obscuro y fue entonces cuando el ebrio la empujo hacia la pared de ladrillos que marcaba el fin de la calle. Comenzó a tocarle los senos por sobre la ropa, intentado de una forma burda y tosca besarle el cuello a la chica que solo dejaba que las cosas sucedieran de una forma rápida y sin mordiscos y moretones que solían pasar cuando el cliente tenía poco control sobre sí. Él bajo sus manos hasta la larga y holgada falda de ella que era en si misma una barrera para disuadir a los tontos pero animar a los que ponen atención en los detalles. Esa falda que llegaba hasta los tobillos ocultaba bajo ella unas piernas largas y firmes que sostenían un par de nalgas duras y bien torneadas que no tenían exclusividad para nadie. Cuando el tipo ebrio por fin consiguió abrirse paso entre crinolinas y fondos, sus manos oscas recorrieron esas piernas hacia arriba y comenzó a tocar los labios bajos de ella. Eso provoco un placer involuntario en ella y cerro los ojos para dejarse llevar por el instinto. El ebrio continuaba en su frenesí y ella sentía olas de placer que recorrían su cuerpo pero de pronto esas manos que la penetraban dejaron de moverse; un segundo, dos segundos, cinco segundos; no pudo aguantar mas y abrió los ojos y la boca para reclamar pero lo que vio le quito las palabras. Una sombra enorme frente a ella con un par de enormes huecos como ojos profundamente rojos, sin ningún otro rasgo ni forma. Un pico que salía de esta proyección de la obscuridad atravesaba limpiamente la garganta del pobre ebrio desde la base de la nuca y hasta un poco debajo de la barbilla, dejando todavía el brillo mórbido de sus ojos en una pausa mortal. La sangre fluía lenta pero el juego de poca luz y el color rojo brillante del liquido arterial parecía casi una obra de arte. La sombra envolvió el cuerpo del borracho y como si fuera muñeco de trapo lo elevo a dos metros del piso y como un titiretero mueve a su títere, el cuerpo comenzó a sacudirse violentamente hasta que una a una las extremidades comenzaron a desprenderse del tronco. La sangre escupía cada rincón de aquel pequeño callejón a media luz y la chica todavía no entendía si lo que observaba era real o solo un sueño del que no era capaz de despertar.
El cansancio y el dolor en sus rodillas la merman cada vez mas y siente que las fuerzas se le escapan. No tiene idea de cuanto a corrido por entre el laberinto de callejuelas pero esta segura que la sombra fantasmal ya no la persigue. Se detiene y observa la calle en la que se encuentra y solo ve basura y tuberías de desagüe chorreando por todas partes. Una pequeña farola de petróleo emite una tenue luz casi a punto de extinguirse y sintiéndose agotada se deja caer sobre sus rodillas ya sin fuerzas para seguir. Recuerda el día que llego a esta ciudad maldita y decide que cuando amanezca tomará sus pocas pertenencias y se largará de aquí. Se regresará a su pequeño pueblo y trabajará en la campiña recolectando naranjas, se buscará a un buen hombre y tendrá un par de niños y morirá de vieja en una cabaña que tenga chimenea y un caldero que en ese momento llenara de olor a café toda la pradera. Lentamente se arrastra para recargar su espalda en la sucia pared y esperar paciente que llegue la luz del sol. Por encima de ella una espesa niebla comienza a tomar forma y silente un par de luces rojas comienzan a brillar. Dos proyecciones obscuras en forma de picos se preparan para atravesar el cráneo de la chica que yace un par de metros abajo. La luz de la farola comienza a menguar, titilando anuncia el fin de la luz que la resguardaba y en el momento que ella levanta la mirada, sus ojos negros y grandes se pierden en dos huecos rojos y profundos. sus sueños de campiña, naranjas y olor a café mueren junto con ella al tiempo que los picos le atraviesan la cabeza de lado a lado.
Sin luz no hay sombra y dentro de lo obscuridad, umbra es lo que reina.
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